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  • Foto del escritorHuella de Montaña

Uno viaja a dar, pero regresa con las manos llenas de oro

Actualizado: 7 ene 2020


Emprendí un viaje al Sol, en un vehículo tan rápido que en 10 minutos me llevó hasta allí.

Entré a un lugar lleno de risas, saludos extrasensoriales de abrazos alrededor del cuello y de inquietos murmullos expectantes mientras desembarcaba y me preparaba para comenzar mi show. Había llevado hasta aquel lugar todo mi equipo personal de Alta Montaña, transportado en varias maletas, no para una expedición de semanas, sino para una experiencia eterna.


No era por el Sol al que había llegado que sudaba, no era por las invisibles grietas en una Montaña que estaba ansioso, sino porque me enfrentaba a un viaje de unas cuantas horas con el público más difÍcil que haya tenido alguna vez, y difícil me refiero a la forma en la que me debía comunicar con los pequeños habitantes de este lugar, pues mi día a día no involucra seres tan llenos de luz y baja estatura.


Fue inevitable mientras me preparaba tras bastidores sentirme como un mago que asiste a una fiesta para niños, pero la magia esta vez vino del público. Entre dinámicas, charlas y actividades que nos permitieron conocernos unos a otros mucho más, tuve en un momento la certeza que aunque había ido a compartir de mi tiempo, terminé recibiendo de estos niños que habitan el Sol una visión muy fuerte de lo que son los sueños y de qué tan rápido puede viajar la mente de un niño por el espacio infinito; de querer disfrutar de la vida sin importar que el vehículo en el que se transporten no estén en las condiciones esperadas por muchos, quienes calificarían de imposible si quiera pensar en despegar de la superficie.

Vi mi chaqueta de expedición cómo se balanceaba de un lado a otro casi flotando sobre el suelo y cómo unas gafas enormes para tormentas de nieve me observaban, mientras esperaban a que nos abrazáramos para una foto como recuerdo de este encuentro. Y quién se había disfrazado de Montañista, fueron un par de niños a los que había ido a contarles acerca de mis aventuras en Alaska, a mostrarles otros paisajes y a compartirles las bellas imágenes que venían de uno de los lugares más fríos del mundo, de las alturas, cubiertas de nieve y hielo. Me vi en ellos reflejado, ellos en su hogar jugando a ser Montañistas llevando una vida con más valentía que cualquier persona que se doblega por pequeños problemas y yo viajando fuera del mío a jugar al valiente, al conquistador de sueños. Ambos nos disfrazamos para ser otros, con el asombro y satisfacción que para cada uno esto pueda traer.

Bailamos, conversamos y sembramos un frijol por cada uno de los sueños que cada uno quería cumplir para el otro año 2020, y muchos pensarían que el sueño de un niño de 4 años que no sabe hasta cuándo durará su vehículo de viajes interestelares, que para el otro año su sueño es querer ir a la universidad (jaja son muy lindos) es muy poco lógico, y mientras yo decía el mío, regresar al monte Denali, en Alaska (la primer Montaña internacional a la que debí renunciar cerca de su cumbre y en la que por diferentes motivos me vi morir varias veces) pensaba que tal vez el sueño de ese niño no era tan ilógico como el que otras personas pensarían del mío. Pero este mundo es mucho más maravilloso por los locos ilógicos que sueñan por fuera de los esquemas, y así como él a sus 5 años irá a la universidad, yo ante alguna pequeña duda que tuviera, salí con la firme certeza de ir nuevamente a esa Montaña.

Sé de personas y he conocido otras cercanas, que quieren emprender un viaje que cruce desde Suramérica el océano hasta algún país de África, para compartir y ayudar a alguna comunidad desfavorecida, de recursos reducidos o sin las mismas posibilidades que cualquier otro mortal pudiera tener. A veces pienso que esas personas, y yo, no habitamos la favorecida Suiza, sino que somos de un país tercermundista al que también hay que aportarle un granito de arena. Hay que diferenciar querer viajar en un viaje exótico a ayudar a los menos favorecidos y en verdad querer ayudar por el simple hecho de convicción social. Para dar con el corazón, solo hace falta ver a tu amigo, pareja, vecino o un familiar que lidia con sus propios desafíos para hacer algo por él.


Había caminado esos 10 minutos desde mi casa hasta la Fundación Niños del Sol, en mi vehículo de 37 años de edad y de ese viaje aprendí lo siguiente:


1. No hay que viajar al otro lado del mundo para dar algo de nuestra luz a otros, puedes salir, conocer tu barrio, tu zona, y seguro encontrarás una Fundación para niños, albergues para mascotas, casas de adulto mayor donde puedes entrar y compartir un rato de juegos, adoptar un árbol que esté creciendo en un pequeño jardín del municipio, de alguna u otra forma va a surgir algo si aprendes a escuchar tu espíritu de servicio.


2. Buscamos dar luz, pero llegamos con decenas de luces más brillando para nosotros. Con quienes compartimos también tienen mucho que aportarnos, es un intercambio de experiencias.


3. Nuestros sueños son propios, el que te tilde de loco, habla desde sus miedos y creencias. Loco es que tu sueño se quede en eso y no se convierta en una meta.


4. La vida no es más corta o más larga para alguien por alguna condición, al fin y al cabo nadie sabe cuando va a partir de este mundo y abandonará su vehículo interestelar para convertirse en estrella.


5. Todo el mundo merece un poco de nosotros, si nos concentramos en dar y no en recibir, tendremos las manos aún más llenas.


6. Cuando tengas las manos llenas de oro y no puedas con el, construye una carreta para llevarlo. No abandones las bendiciones que te da la vida. Muchos cruzarían el mundo por solo una de esas monedas.


Nico Díaz "LOBO"

Expedicionario Huella de Montaña


Para más información de Fundación Niños del Sol:


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